Tras participar en remoto en la misa funeral en Taipéi por nuestro querido Padre Rábago me siento en la obligación moral de hacer una pequeña aportación para honrar su vida y su obra. Agradezco sinceramente a Casa de España por esta oportunidad que nos brinda.

Y es verdaderamente difícil, por lo que me limitaré a reflejar una serie de recuerdos y sentimientos personales.

Primero, constatar que el Padre Rábago ha llevado a cabo con gran éxito su proyecto de vida, que no ha sido otro sino el marcado por Jesucristo. Un proyecto de humildad, cercanía, humanidad y alegría. Eso no evita que como todos tuviera momentos de fatiga, de dificultad, pero pronto sabía cómo superarlos, para poder seguir ayudando al prójimo, centro de su vida, como aprendió de Jesucristo.

Ayudar al débil, al necesitado, sin distinción de clase, origen, religión, ideología, incluso a aquellos que no eran conscientes de que necesitaban ayuda. Todos al verle aprendíamos algo, recuerdo la reacción espontánea de afecto de las bailarinas del ballet nacional español al saludarle, algunas nunca habían hablado con un sacerdote. En muchos de nosotros el impacto ha desencadenado un proceso de transformación interior. Mi familia y yo, estamos entre sus beneficiarios privilegiados. Es cierto que nosotros siempre le consideramos familia y le dimos todo el reconocimiento institucional y cariño que pudimos y que merecía, al igual que tantos otros religiosos y profesores, españoles residentes en Taiwán a los que os ruego me excuséis por no mencionaros uno a uno. Pero el Padre Rábago nos devolvió lo que le dimos multiplicado con creces, haciéndonos sentir a cada uno de nosotros especiales, como parte de su familia cercana. Y aquí el agradecimiento a su familia de sangre que ha permitido y alentado que otros nos agreguemos, y que hoy ha estado muy bien representada a través de su sobrino nieto Borja. Una gran familia que ha sabido apoyarle y quererle superando las distancias.

También aprovecho para saludar a otros buenos amigos españoles y taiwaneses que he podido ver entre los asistentes. Ojalá nos podamos volver a encontrar, allí, en España o por el momento en Roma. Además envío un afectuoso saludo al vicepresidente Chen Chien-Jen y a mi colega Director de la Cámara de Comercio de España, Eduardo Euba.

Estoy convencido de que, en el proceso, nada sencillo, de saber distinguir el bien del mal y en cómo proceder, el Padre Rábago seguirá inspirándonos. Nos toca ahora asistir al final de su presencia física en la tierra, su naturaleza excepcional no podía dar más de sí, pero sabiendo que permanece con extraordinaria viveza en nuestra mente e intercede en nuestra comunicación diaria con Dios

La falta de contacto físico, a la cual, viviendo en Taiwán, nos tenía ya acostumbrados, no va a representar un obstáculo para que siga entre nosotros, la memoria supera las estrecheces de la muerte y se convierte en vida.

Su sabiduría se ha ido convirtiendo con el paso de las décadas (es una medida adecuada para una vida como la suya) y en algo no complejo, accesible, diría casi que elemental. Amar al prójimo, ayudarle, vivir con alegría y dar gracias a Dios. Ello exige la renuncia a su propia familia, a su querida Galicia y España, para darlo todo en sus destinos y en cada uno de los días que vivió en plenitud y que le permitió alcanzar en vida una Felicidad verdadera, que ahora será ya una Felicidad plena. Reconozcamos su Santidad y gocemos de su presencia, y sobre todo tomemos el testigo del relevo en la medida de nuestras posibilidades. El padre Andrés sabía que los que tienen más capacidad de entender el mensaje y de actuar son los jóvenes, y por eso, a pesar de su avanzada edad, nunca dejó de serlo, sigamos siendo siempre jóvenes comprometidos.


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